domingo, 1 de noviembre de 2015

Planta -1.

Por los pasillos no se oía nada, no había llegado aún la noche. En una de las salas ya reinaba la oscuridad y las gotas que estaban en el techo ahora caían a un suelo del que no se distinguía nada. El salón estaba lleno; a rebosar, pero todos estaban en silencio. Fuera, donde una moqueta naranja con topos blancos cubría todo lo que uno puede ver, se distinguía una luz roja al final del pasillo; era el ascensor, venía desde varios pisos más abajo.

Y es que pongámonos en situación. Estamos en la primera planta subterránea de un lujoso piso que señala desde el mismo centro de la cuidad al cielo de una manera casi obscena. El edificio se dividía en dos, una gran torre utilizada como hotel para los grandes poderes que se pudieran costear una noche allí; ya sabéis, champagne, todo tipo de manjares, baños de espuma para relajarse de un cuanto menos arduo trabajo y, por qué no, las señoritas más lujosas de la cuidad. Sí, así era este edificio, una estructura de hierro y cortinas rojas que tapaban los secretos de los directores de la ciudad, eso sin contar con las incontables plantas bajas. Éstas fueron utilizadas en tiempo de guerra como zonas de estrategia militar, sala de reuniones y firmas de decretos entre los bandos beligerantes. Pero ahora eso ha cambiado, no así el hotel, que sigue estando como antes: misma clientela, mismo servicio, mismos lujos, mismos vicios y el mismo color intenso de unas cortinas que han tapado y han escondido más poder que cualquier documento firmado en sangre. La zona subterránea, lo que antes era el epicentro de la guerra, ahora son grandes salones de reuniones, despachos y amplísimos pasillos tapizados de terciopelo verde, morado, naranja y rosa. Ahora reina la paz. Aparentemente. Mientras que las primeras plantas de alquilan mediante un simple papeleo con el ayuntamiento, en las plantas más enterradas; hablamos de la 16, sigue habiendo vestigios de la guerra, como si en cualquier momento fuera a estallar o como si mientras desde allí se controlara a la gente con mensajes ocultos para que no estallase la guerra, el caso es que aún no se había esclarecido todo. Uno no debe fiarse de un sitio donde no corre aire. 

La habitación que estaba a oscuras estaba fuera de todo, como si pertenecieran a otra onda. Por ese pasillo correteaban, jugaban y armaban jaleo los niños de una familia holandesa hasta que un señor alto, con una gran barba y una cara serena salió de su habitación al grito de 'Silencio, tengo a mi mujer con dolor de cabeza y necesita descansar'. Los niños entraron rápidamente a su cuarto y cuando parecía que el pasillo había alcanzado la calma, todas las personas que estaban de paso por el corredor observaron cómo se distinguía saliendo del ascensor un gran tigre atado con una gruesa cuerda y dos caballeros hindús vestidos con sendos trajes rojos. En un momento ese tigre se deshizo en cinco mujeres pintadas en blanco y negro que formaban las partes del cuerpo y se dirigieron hacia la misma habitación, era el número estrella del espectáculo de aquellos hombres de la India. El pasillo quedó envuelto por la magia del momento y se tiñó todo con un sonido de fiesta que salía tímido de aquella habitación. ¿Quién sabía lo que estaría sucediendo allí? 

Lo que sí sabemos es lo que ocurría en el salón más secreto de la planta -1. La única luz que se respiraba era la que emanaba las alcantarillas de la cuidad. Hacía un buen día, cálido y soleado, se podía notar en lo costoso que resultaba respirar y por todas las partículas de polvo que eran atravesadas por la luz como si ésta tuviera un afiladísimo filo. Ese pequeño destello rompía en dos la habitación y daba algo de humanidad, era cierto que ahí fuera las cosas seguían marchando, aunque fuese de mala manera. La sala la moraban hombres y mujeres que ya lo tenían todo perdido, desde la mirada hasta las palabras. No se conocían y no se daban a conocer y nadie sabía de ellos, era como si entrar allí significase el fin de sus días rodeados de eso, oscuridad interrumpida por un pequeño brillo que recordaba lo que uno fue antes. 

Llegó el momento en el que la alcantarilla empezó a escupir aire frío y las luces que ahora entraban en la sala procedían de los coches y varios carteles luminosos. El ansiado momento, las horas habían pasado tan lentas como siempre, cayendo una sobre otra hasta alcanzar esto; la noche. Todos se intuyeron la posición y se dieron la mano con el compañero que más próximo tuvieran. Guardaron un minuto de calma total para escuchar cómo rugía desde aquella rendija la cuidad y, de repente, todas las gotas que habían estado cayendo durante todo ese tiempo lentamente por las paredes se organizaban en un hilo fino de agua que empapó a todo el mundo. Era su ritual, tenían que comenzar a danzar. 

Uno de aquellas personas puso en marcha un tocadiscos y otro se encargó de activar el mecanismo para que aquella habitación se convirtiera en una pompa de vapor de agua que se llevase por la alcantarilla todos los problemas de aquellas mujeres y hombres que rotos no sabía qué hacer más que bailar durante toda esa noche para tener todo el día siguiente como descanso.

Mientras esto sucedía en esa planta la gente era ajena a eso, menos se sabía en otros pasillos y mucho menos en la calle. Allí fuera nadie sabía nada. Los mismo poderes seguía entrando al hotel, los mismo manjares seguían entrando por la cocina. Todo era lujo hasta que un hombre con la cara desencajada, una camisa de flores y el pelo más que descuidado entró chancleteando por la recepción buscando a alguien que le dijera dónde se hospedaba el señor Álvarez. Y cuando después de varios empujones y zarandeos consiguió algo de información se dirigió como loco hasta su habitación, la 532. Corrió por todo el pasillo, tropezó con varios magnates y camareros y justamente antes de que uno de ellos cerrara la puerta de la 532, de una patada la abrió del todo e insultando e increpando fuertemente al señor Álvarez sacó con una mano un puñal mientras con la otra no paraba de señalarle y chafarle toda la suculenta comida que había traído el camarero hace unos instantes; quién salió corriendo según vio las intenciones del hombre de la camisa y los pelos alborotados. 

¿Que cuál era el foco de tan desaforada ira? Era un hombre curioso que transitaba la cuidad de noche sin el menor reparo para dejar de mirar la hora y fijarse en cosas que el ojo normal no puede ver. Fue entonces cuando observó cómo salía todo aquel vapor procedente de la habitación de la planta -1. Intrigadísimo por saber qué era lo que pasaba cruzó la carretera y se tumbó para ver de dónde venía todo aquello. Allí vio a un compañero suyo a quien ya creía extinto y borrado del mapa bailando como si estuviera flotando pero con los ojos vueltos, el agua rozando su cuello como una boa que quisiera asfixiarlo y su cabeza a mil kilómetros de allí. 'Pero quién narices ha permitido que esto suceda', se preguntó. Entonces henchido de rabia se encuentra donde ahora está; bajando con el señor Álvarez y a su putita a punta de puñal por el ascensor hasta la planta -1.

Aquella compañía de circo hindú volvía a dirigirse a la cuidad para conseguir algo más de dinero con su espectáculo; esta vez las mujeres marchaban formando una jirafa, habían llegado más familias extranjeras que buscaban un alojamiento cómodo; obviamente unas habitaciones subterráneas aunque de notable lujo habían de ser baratas. En medio del trasiego aparecieron envueltos en lágrimas los tres, el señor Álvarez y su putita por miedo y aquel hombre desquiciado por la misma furia, atravesaron el pasillo y se situaron delante de aquella puerta. Sí, era la puerta señalada, la habitación -29.

Solo quería que entrasen y que vieran lo que habían hecho. Era el señor Álvarez el hombre más poderoso de la cuidad, el que más control ejercía y el encargado del edificio, y esto lo sabía muy poca gente. El hombre de la cara desencajada solo quería eso, que sintiesen ellos mismos lo que habían hecho con su pésima gestión a gente como el amigo de aquel hombre que pareció tener un momento de lucidez.

Todos los hombres que se encargaban del bienestar del señor Álvarez enloquecieron tras ver su habitación no solo vacía, sino con señas claras de violencia. Esos seis hombres recorrieron pasillos, cuartos de baño, comedores, salones de juego y escaleras buscando su rastro, pero nada. Fue entonces cuando uno de ellos recibió una llamada, era él, dijo realmente irritado lo descontento que estaba por el hecho de que no le hubiesen protegido y les dijo que fueran a la planta -1 a sacarlo de allí; rápido. Salieron agolpados del ascensor y buscaron una posible puerta. Vieron al hombre de la camisa abriendo la puerta y sacando agarrados al señor Álvarez y a su putita, después les empujó hacia la pared donde quedaron sentados con los ojos enrojecidos y el cuerpo envuelto en una fina capa de agua heladora. La cabeza chocaba contra el terciopelo naranja que forraba todo el pasillo y la mirada, que parecían dirigirse hacia las piernas, estaba enfocada en el más profundo intento de poder digerir lo que había visto en esa sala. Jamás se había visto tanta inmundicia escondida, era duro haberlo sentido y ahora sus ojos envueltos en angustia lo acusaban, su cabeza quería no volver a recordarlo y sus manos aún tenían el tacto de aquella puerta que arañaros por querer salir antes de que les agarraran y les arrojaran hasta donde ahora estaban.

Los seis hombres vieron a su superior y se detuvieron en el pasillo. 'Eres tú quién ha hecho esto', dijo el hombre que recibió la llamada del señor Álvarez. 'No, fue él. Yo en ningún momento he perdido la humanidad', contestó y agarró de la corbata al señor Álvarez, luego sacó de nuevo el puñal para posarlo sobre el cuello del señor. La tensión era más que palpable en el pasillo; aquellos hombres ya estaban apuntando con su pistola. 

Dentro de la habitación -29, la gente seguía bailando empapados en agua ritmos desconocidos y justo ahora, en medio de la madrugada y lejos del conflicto del pasillo, comenzó a mezclase con el fino agua un humo que borró por completo la memoria y el momento se tornó más intenso, solo pocos consiguieron mantenerse en el trance. Todo aquel vapor empezó a viajar por el corredor donde se batían en duelo aquellos hombres y el señor del pelo alborotado por la vida del señor Álvarez; su putita seguía tirada en esa pared intentando asimilar lo que había en aquella habitación.  


El filo del puñal, una respiración entrecortada, las venas rozando con el hierro, una mirada de ira, los cañones de seis pistolas apuntando, una idea de venganza, una mirada perdida por ver un final más que cercano, una gota de sudor muy frío y, cómo no, un vapor que empezaba a calar ya en ellos. Cada vez se tensaba más la cuerda, ¿Cuándo estallará esto?

Sonaron seis tiros y dos cuerpos se desplomaron: el del hombre lleno de balazos y el del señor Álvarez, con el puñal clavado en la clavícula. Le sacaron de allí, a él y a su putita, y lo mandaron rápidamente a urgencias, mientras que aquel hombre con chanclas, tenía el torso cubierto de balas y sangre que se dejaban ver avanzando entre los botones desabrochados de su camisa.

La idea era clara, desalojar aquella habitación. Lo demás estaba bien, el hotel funcionaba como un reloj, los primeros cuatro pisos subterráneos daban buen servicio y resultado, y lo que es mejor, nadie sabía de la existencia de los despachos de las últimas plantas. Solo había que encargarse de los desarrapados de la planta -1.

El director del edificio y el gerente del hotel reunieron a una serie de psicólogos y fuerzas policiales para desalojar aquella habitación. La planta -1 volvió a convertirse en escenario de un espectáculo cuanto menos inusual. El director, el gerente y un número importante de hombre enfundados en robustos trajes negros con protecciones y pistolas a cada palmo. El señor Álvarez seguía ingresado en urgencias.

Entraron. La habitación tenía una opacidad solo interrumpida por el único resplandor de luz que entraba; lo que significaba que había llegado el sol de la mañana. Todos los que seguían con vida allí dentro pararon de bailar y su trance se acabó de igual manera que se vacía un árbol tras el ruido de la munición. Las gotas volvían a deslizarse lentas hasta el suelo de moqueta verde cubierto por decenas de cadáveres de aquellos que no resistieron el trance en pie y fueron pisados por aquella marea de mujeres y hombres buscando la redención en los rizos de un agua que aturdía y despojaba al ser del ser. El hedor era terrible y estos trataron de sacarlos uno a uno, eran inferiores en número y cuando el silencio se hizo y de éste brotaron lamentos, el miedo de aquellos hombres que traían la verdad camuflada con armas los transformaron en niños que acabaron en el suelo rodeados de cadáveres descomponiéndose.

Los hombres que moraban esa sala les cogieron de la mano, les separaron de allí; del suelo donde morían los que no aguantaban el ritmo, y les sentaron junto a ellos. Notaron la humedad, el mal olor, las ganas de buscar la luz para conseguir algo de cordura, pero sobre todo, el vacío y comenzaron a escuchar historias de todos los que estaban allí, cómo habían llegado, qué hacían y qué iban a hacer. 

El director, el gerente y los psicólogos quienes esperaban que saliesen tanto a unos como a otros continuaban sin saber qué estaba ocurriendo y porqué tardaban tanto.

La luz que entró dejó ver algún rostro cubierto de gotas y lagrimas, voces que rompían cualquier alma y conciencias que estaban a punto de despegarse como si ya sobrasen. Muchos de aquellos habitantes de la sala se mimetizaron con el suelo formando una nueva capa de cadáveres a modo de alfombra. Los hombres que entraron estaban en estado de shock sin poder razonar todo lo que veían y con la mirada desorbitada admitieron que haber entrado en esa sala había significado su fin; permanecerían allí para siempre, hasta que se juntaran con los cuerpos descompuestos del suelo.

Nadie pudo, nadie quiso, nadie sabía y nadie supo cómo desalojar esa habitación que había nacido de la guerra y acabaría con el final de la mayor guerra; la existencia humana.


Imagen cedida cordialmente por la cuenta de Instagram 'itssgk'.

Zar Alberto (Unión vaga de recuerdos)

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