domingo, 15 de febrero de 2015

Pausa blanca.

Los días son falsos. Fosos donde se acumula el lodo y el fango de miles de cuerpos que pierden la vida. Después de que la muerte toque sus cuerpos, ellos corren ríen, murmuran, chillan y agitan a nuestro alrededor. Nosotros inmóviles e inocentes ante su presencia continuamos con nuestra rutina.

Pero hoy nieva. Y no hay nada más pesado que la fuerza del frío. La lluvia sólo condena temporalmente. Cala, molesta, despeina y ahoga. Pero todo son males pasajeros; el agua se irá, el brillo que maquilla tu cara frente a los cristales de la noche iluminados por las luces de la urbe se esfumará, tu piel se secará y perderás esa magia húmeda. Esa lluvia es una molestia pasajera.

Pero hoy vi nevar. Y todas las huellas de la noche se pararon. Su longevo circo se vería truncado. Hacía años que no nevaba en esta ciudad. Si la gente viese huellas donde ni los coches se movían más allá de sus aparcamientos donde estaban acumulando nieve, se extrañarían, ¿quién merodea a estas horas por aquí? Ya estaban acostumbrados a vivir sin preocupaciones, pero hoy no iba a ser igual, hoy sus pasos estaban calculados y vigilados.

Los copos marcaban los tempos y los seres que antes campaban sus anchas se veían obligados a buscar refugio, pero todos no podrían salvarse. Quietos; un copo, sintiendo el frío; dos copos, las manos atenazadas; tres copos, sufriendo la oscuridad; cuatro copos, disfrutando - por qué no - la quietud de la noche; cinco copos, falleciendo.

Los privilegiados se mantenían en portales con miradas obscenas viendo como su pequeño mundo, su fantasía, se veía amenazado por una cúpula blanca. La culpabilidad y la miseria en cada gesto no faltaba en los refugios; mucho menos en la calle, donde el más mínimo paso haría caer todo su orbe, su vida.

Había quiénes habían salido a disfrutar de una puesta de sol y el calor de un cielo estrellado, pero ahora se están viendo rodeados de nieve y arboles que señalan el camino de no-retorno. Había quiénes renegaban de su condición evitando ser esclavos de su propia imaginación y corrían descalzos y despojados de cualquier tipo de esperanza y fe durante las horas de tempestad por toda la sierra frente a avalanchas a las que miraban con sonrisas burlonas de despecho dibujadas en el rostros, aullando: 'Cruel anhelo de mi ser al ver que la noche se tornaría en fría y yo en alma sumisa para satisfacer el sadismo de la muerte que me observa y quiere acabar conmigo aquí mismo, rodeado del más gélido elemento, ¡Abandono!'.

La mañana trajo consigo los coches y la ociosa actividad de cada triste alienado, vaporizando todas las estatuas de los hombres, helados ya, que habitaban en el viento; que como mimos decoraban el asfalto y las aceras. Esos seres no eran más que polvo mezclado con la suciedad de la nieve corroída por la contaminación y ríos de agua que a las alcantarillas iría a parar.


El agua fue el juez de la vida de quienes viven fuera de nuestro espectro. Refugiados como pueriles prisioneros danzan de manera impúdica por nuestra vera, formando parte del viento y su rapidez, cambiando de destino y pasajes cuando todo va mal. El agua fue quién los eliminó, pero, ¿obró con justicia?

El recuerdo de los desposeídos y sus últimos momentos de vida rodeados de nieve sufriendo por no delatarse, circula por la mente de todos aquéllos que empujaron, agarraron y tiraron por los suelos a los seres que como ellos querían un refugio.

Buscando cero momentos de desaprobación continúan su misteriosa vida sin preguntarse nada. La nieve los ha delatado, cubriendo sus cuerpos de incertidumbre y miedo al ver que algo tan bello para los vivos condena a sus compañeros. Unos compañeros que transformados en figuras de hielo se fundieron y quebraron rompiendo su ser y su magia. 

Hoy nevó y creó un gran caos en otro mundo, pero aún siguen corriendo por nuestros cuerpos como viento y tormenta esas almas que huyen de sí mismos cuando todo se tuerce.




Zar Alberto.

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